GUARDIÁN (Sacrificio)



GUARDIÁN

IV

-¡No lo hagas, padre!- Me reincorporo y vuelvo a ladrar el hechizo, de pronto siento un golpe fatal, un golpe con tal potencia que me lanza hasta afuera de la casa atravesando la puerta. Estoy sangrando, no puedo ponerme en pie, siento varias costillas rotas. El demonio se acerca a toda velocidad para ultimarme, mis piernas no responden, sangre mana de mi boca, intento ladrar y entonces veo a mi gran amiga lanzarse en picada sobre el demonio quitándole un ojo en el ataque. -¡Morirás por esto, maldita!- El demonio se reincorpora y un ruido seco lo detiene, el hechizo se ha roto y mi padre ha tumbado la puerta de una patada ¡Guardián!, grita mi madre. El demonio me sonríe y corre hacia él a toda prisa. -Sabes lo que tienes que hacer-, me grita la lechuza -¡Hazlo!- Entonces, reuniendo lo que me queda en mi interior lanzo un fuerte aullido para invocar a los dioses, siento el tiempo detenerse, ahora todo transcurre lentamente, señal de que los dioses me han escuchado. -Deseo concedido-, me dice la luna desde lo alto.
El embrujo de la luna se apodera de mí, me siento gigante, colmado en una energía sobrenatural. En un santiamén ya estoy corriendo sobre mi enemigo, el tiempo regresa a la normalidad y en un golpe me aferro a su cuello tumbándolo al suelo, lo aplasto con mis patas delanteras y le arranco la garganta de un mordisco, mientras agoniza corro hacia el recipiente que lo mantenía prisionero, lo mastico y me lo trago para así ponerle fin a su existencia.
A duras penas llego hasta mis padres, quienes asombrados observan lo sobrenatural en aquel macho cabrío ahora muerto a sus pies, me desvanezco, mi padre me toma en sus brazos mientras mi madre llora y dice -¿Qué tienes, Guardián? Hijito querido, dime algo, tu papá y yo te vamos a curar, no te preocupes.- Yo solo atino a lanzar gemidos de tristeza y agradecimiento a aquellos que siempre me criaron como a un hijo, pues, los dioses me enviaron a ellos cuando sus vidas estaban rotas por la pérdida, un mal desconocido les había arrebatado a su primogénito, ellos encontraron en mí los pedazos que les hacían falta, la fuerza para levantarse de tan devastador golpe a sus corazones.
Mi padre tritura hierbas en un mate y comienza a curarme las heridas, mi madre cubierta en llanto lava la sangre que escapa de mi boca.
-          Despídete, buen amigo. Es hora de partir, canta la lechuza.
Ave de mal agüero, -¡Vete!-, le grita mi madre, -¡No te lo llevarás!-, vuelve a gritar.
Mi madre me acaricia el rostro, yo le correspondo lamiendo su mano la cual cubro de sangre, la veo llorar desesperadamente diciéndole a mi padre - no quiero que se muera, no lo dejes morir por favor-. Los miro, muevo las orejas, la cola, para que entiendan que fui feliz a su lado y que dar la vida por ellos es mi regalo en agradecimiento por tantos años de amor que recibí de ellos. -¡Adiós!-Les digo entre gemidos, -¡Los quiero, papás!- Mis ojos se han cerrado.

FIN

Autor:
Tomás Falla Umbo
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